Israel, Irán y el trabajo sucio
Israel tiene la capacidad tecnológica y militar para hacerlo. Pero el costo será alto. Irán no es Hamás ni Hezbollah. Es una potencia con recursos, aliados y un profundo resentimiento histórico.
Actualizado: 22 de Julio, 2025, 03:06 PM
Publicado: 18 de Junio, 2025, 10:39 AM
¿Por qué Israel atacó a Irán?
La respuesta es tan obvia como incómoda: porque era cuestión de tiempo. No era una posibilidad remota ni un acto sorpresivo. Era un movimiento calculado, anunciado con señales claras, solo pendiente de las condiciones propicias.
Y esas condiciones, finalmente, se alinearon.
Primero, Israel logró estabilizar —a su modo— los frentes de Gaza y el Líbano. Su superioridad militar impuso el ritmo y doblegó, al menos temporalmente, la resistencia de Hamás y Hezbollah.
Segundo, delegó a Estados Unidos el manejo de los hutíes en Yemen. Un frente menos en su tablero.
Tercero, Siria dejó de ser una amenaza inmediata. Tras el colapso del régimen de Bashar al-Ásad, el ejército israelí redirigió recursos hacia conflictos más prioritarios.
Cuarto, en Cisjordania han contenido —mediante control militar y vigilancia— a la Yihad Islámica y otros focos de insurgencia.
Quinto, el Estado Islámico y Al-Qaeda han perdido capacidad operativa. Ya no son actores determinantes en la seguridad israelí.
Sexto, a nivel interno, la crisis política ha sido eclipsada por la bandera de la seguridad nacional. Netanyahu, con cargos de corrupción pendientes, ha encontrado en el estado de emergencia el escudo perfecto para posponer su cita con la justicia. Algunos sectores en Israel —con razón o sin ella— murmuran que esta guerra también le sirve para no ir preso.
Y séptimo, el alineamiento ideológico y estratégico entre Benjamin Netanyahu y Donald Trump ha cerrado el círculo. Son dos caras de la misma moneda: populismo conservador, retórica incendiaria, cálculo electoral y poder sin matices. Ambos se entienden, se necesitan, se cubren las espaldas.
¿Por qué Irán?
Porque en la doctrina israelí, Irán es el titiritero. El gran enemigo ideológico, teológico y estratégico. Es el que sostiene —con dinero, armas y logística— a los grupos que acosan a Israel desde distintos frentes: Gaza, Líbano, Yemen, Siria, Irak.
Y porque, a pesar de negarlo, Irán ambiciona una bomba nuclear. Israel lo sabe, lo cree, y no está dispuesto a tolerarlo, aunque sea una ironía viniendo del único país nuclear no declarado de la región.
La escalada actual tiene antecedentes. En abril del año pasado, Israel bombardeó la sede diplomática iraní en Damasco y mató a altos mandos de la Guardia Revolucionaria, entre ellos el general Mohammad Reza Zahedi. Teherán respondió con una lluvia de drones y misiles. Israel replicó. Y así siguió el juego del ojo por ojo.
Pero entonces, con un gobierno demócrata en la Casa Blanca, Washington pidió contención.
Eso cambió. Ahora, con Trump otra vez al mando y la bendición implícita de su administración, Israel ha decidido ir más allá: atacar directamente territorio iraní con tres objetivos claros:
- Eliminar a la cúpula militar y religiosa.
- Destrozar el programa nuclear.
- Desmantelar la red logística que alimenta a sus enemigos regionales.
¿Estamos ante una guerra abierta?
No aún. Pero tampoco hay marcha atrás. Es un conflicto sin declaración formal, pero con consecuencias reales. Y no se detendrá pronto.
Friedrich Merz, jefe del gobierno alemán, lo resumió sin rodeos durante la cumbre del G7 en Canadá:
"Este es el trabajo sucio que Israel está haciendo por todos nosotros. También somos víctimas de este régimen. Este régimen clerical ha traído muerte y destrucción al mundo".
Esa frase —"el trabajo sucio por todos nosotros"— es clave. Lo que muchos gobiernos occidentales no se atreven a decir en público, lo aprueban en privado. Desean, con hipocresía, que Israel haga lo que ellos no pueden permitirse: borrar la capacidad nuclear y militar de Irán.
¿Lo logrará?
Israel tiene la capacidad tecnológica y militar para hacerlo. Pero el costo será alto. Irán no es Hamás ni Hezbollah. Es una potencia con recursos, aliados y un profundo resentimiento histórico.
La gran incógnita sigue siendo Estados Unidos. Con Trump en la Casa Blanca, la posibilidad de una respuesta impulsiva y desproporcionada ante cualquier provocación no puede descartarse. Su historial lo respalda.
Pero probablemente no lo hará. Porque sus asesores militares, sus halcones estratégicos y sus aliados europeos lo saben: lo más rentable —y lo más cómodo— es dejar que Israel siga haciendo el trabajo sucio.

Benjamín Morales M.
Periodista puertorriqueño con amplia experiencia en la cobertura de temas caribeños, internacionales y de periodismo digital.
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