Santo Domingo sinónimo de Historia, Identidad y la Urgencia de Reconstruir la Memoria Urbana
Santo Domingo busca reconectar con su pasado para un futuro cultural próspero.
Actualizado: 22 de Octubre, 2025, 02:56 PM
Publicado: 22 de Octubre, 2025, 09:47 AM
Edwin Féliz Brito
A diferencia de otras grandes capitales latinoamericanas que preservaron con celo sus barrios históricos, Santo Domingo, ciudad primada de América, cuna de la civilización europea en el Nuevo Mundo, ha sufrido un proceso progresivo de pérdida de identidad arquitectónica y cultural, pues, donde antes florecían cafés, cines y tertulias de intelectuales, hoy predominan locales cerrados, fachadas vacías y deterioradas ve morir lentamente la historia detrás de sus muros con la erosión de la memoria colectiva.
En la década de los setenta, Santo Domingo era un territorio vivo donde convivían los pregones, los locales de comidas tradicionales, los cines de barrio y las vitrinas del Conde formaban parte del pulso cotidiano.
La gente caminaba por las calles y además las habitaba con entusiasmo, hoy, muchas de esas historias han desaparecido bajo el peso del olvido o de la indiferencia institucional.
La Calle El Conde, eje principal de la Ciudad Colonial, fue durante siglos la espina dorsal donde convivían ciudadanos y se daba vida al comercio, la política y la cultura dominicana. Su nombre honra al Conde de Peñalva, Bernardino de Meneses y Bracamonte, gobernador español que defendió heroicamente la ciudad frente a la invasión inglesa de 1655. En su honor se nombró la Puerta de entrada a la ciudad amurallada hoy conocida como pueta del Conde, símbolo de la Independencia Nacional proclamada el 27 de febrero de 1844.
En torno a ese perímetro amurallado la primera ciudad europea permanente en América y hoy Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en la que se gestaron los más grandes episodios de heroísmo dominicano, desde El Trabucazo de la Independencia hasta los movimientos sociales que definieron la República contemporánea.
Recorrer la calle El Conde en su época de esplendor constituía una experiencia sensorial y patrimonial única, en la que la arquitectura resaltaba como depositaria de la memoria urbana de Santo Domingo, cada edificio representaba un hito narrativo de la construcción de la identidad nacional, la Puerta del Conde, epicentro de la gesta independentista, funcionaba como umbral simbólico de la soberanía; el Edificio Baquero (1928), de estilo neoclásico y obra del ingeniero Benigno Trueba Soares, fue en su momento el más alto de la ciudad, testimonio del avance técnico de la época. A pocos metros, el Hotel Conde de Peñalba, con su emblemática cafetería frente al Parque Colón y la Catedral Primada de América, se convirtió en un punto de convergencia intelectual y diplomático.
El Edificio Copelo, por su parte, albergó el Gobierno Constitucionalista durante la Guerra de Abril de 1965, inscribiéndose como escenario de las luchas por la democracia. Entre esquina y esquina, la vida cotidiana discurría entre espacios icónicos como la tienda La Ópera, López de Aro, La Margarita o el recordado Bar Panamericano, y la icónica cafetería Dumbo, instalada por españoles migrantes que en poco tiempo se convirtió en un lugar de referencia, donde los debates políticos se confundían con el aroma del café y las notas melancólicas de un bolero de Julio Jaramillo. Pocas generaciones recuerdan que Santo Domingo fue, en su tiempo, una ciudad cinéfila.
En la calle Duarte y alrededores, el Cine Rialto, el Capitolio y el Cine Mella llenaban de luces y risas las noches. El Cine Santomé, conocido como "El Encanto", era punto de encuentro de novios, familias y soñadores, el Cine Leonor y el Cine Doble completaban el circuito cultural, mientras que en el Malecón, el Cine Triple, inaugurado en 1971, marcó una era de modernidad y vistas al mar, hoy, su estructura abandonada es metáfora de una ciudad que olvidó su vocación artística.
Si el turismo hoy es uno de los pilares del desarrollo nacional, Santo Domingo necesita reconectar con su pasado tangible. La Calle El Conde, hoy peatonal, podría transformarse en un corredor cultural temático, donde cada edificio recupere su voz histórica, por eso propongo la creación de museos urbanos que cuenten las historias de nuestros héroes, músicos, poetas y cineastas; espacios donde el visitante pueda experimentar el drama, la comedia y la épica nacional a través de la tecnología y la narración interactiva, con el orden que nos representa a los Dominicanos y la limpieza arquitectónica que amerita nuestra historia.
Más allá de la arteria de El Conde, la configuración urbana de Santo Domingo se expandía hacia barrios emblemáticos que consolidaron el tejido social y cultural de la ciudad moderna. Ciudad Nueva, planificada a finales del siglo XIX, se convirtió en el primer ensanche republicano, símbolo del tránsito hacia una urbe organizada y de aspiraciones cosmopolitas.
Al oeste, Gazcue de avenidas arboladas y residencias de estilo neoclásico y art déco representó el ideal de modernidad y distinción de la élite capitalina, albergando figuras de la diplomacia, las letras y la administración pública.
En contraste, los sectores de San Antón y San Lázaro, de traza más popular y profunda raigambre histórica, preservaron la esencia mestiza y laboriosa de la ciudad colonial, donde la vida comunitaria, las cofradías religiosas y la música de tambor convivían como expresión viva de la identidad dominicana. Juntos, estos barrios configuraron una geografía humana en la que el patrimonio arquitectónico y la memoria social dialogan como testimonio del devenir histórico de Santo Domingo.
Contada esta versión de la historia citadina, proponemos que los edificios abandonados podrían reconvertirse en casas de la memoria dominicana, gestionadas mediante alianzas público-privadas entre el Estado, el empresariado turístico y las universidades, Santo Domingo no necesita inventar una historia nueva, ya la tiene escrita en piedra, en balcones, en cúpulas y adoquines.
Lo que falta es la voluntad de leerla, protegerla y enseñarla a las nuevas generaciones, entre la Ciudad Colonial y ciudad nueva existe un punto de equilibrio, el de la reconciliación entre progreso y memoria, por eso rescatar El Conde y su entorno histórico no es solo una acción urbanística , es además un acto de identidad nacional, que se traduce en permitir que las voces del pasado acompañen el paso del presente, para que Santo Domingo vuelva a contarse a sí misma con dignidad y orgullo.

